Las sobras no sobran en el chalecito.
Terminado el almuerzo, con pompa campera, comienza la ceremonia de migajear. El desgrane le devuelve a los restos la dignidad de alimento que hasta hace minutos presumían.
Los cientos de ahora granos se acopian en un balde blanco de plástico que a falta de mango se deja sostener por los dedos de la señora de la casa.
De vereda y espíritu generoso, Norma sale a la calle todas las siestas con balde en mano a alimentar a las palomas.
El ritual se repite desde su Bahía Blanca nupcial, donde era gusto de Juan consentirlas.
El sino de su destino marcial les tenía preparada una vida nómade, y en cada pueblo; Don Toto (Juan para nosotros) repetía la ofrenda diaria.
Y dónde fueran, eran conocidos por sus palomas. Y llegaban de a cienes. Y a dónde ellos anidaran. Ellas también.
Son las 3 y 17 de la siesta y en su puerta, el palomar espera. Saben del ritual. Todas las palomas del barrio Huilliches de Neuquén saben del ritual. Y su casita se regocija enorme y esquinero nido.
Un remolino de alas envuelve a Norma y en ese túnel de gusano ella es amada inmortal.
…
…
…
Las migas se terminan.
El portal desaparece.
Todo vuelve a su lugar.
Las palomas a los árboles.
Norma a sus quehaceres.
Y Juan, al perfume que lo sobrevive en su costado vacío del placard.
Por Mime Mascaró (@pataforas)