El paraíso cabe en un Cabo

Al pueblo fantasma Cabo Raso se lo lee como se lee un mensaje escrito en un papelito doblado ,ajado, perdido y encontrado en un bolsillo después de muchos años: la desidia de lo olvidado le da épica-poética al rescate; y la oscuridad de lo derruido, belleza.

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El libro sobre el refugio natural Cabo Raso que aún no se escribe no se guarda en la estantería de crónicas de viajes. La imaginaria bibliotecaria clasifica su existencia en el pasillo de realismo mágico latinoamericano; cercano al Macondo de Márquez y al Páramo de Rulfo.

Y así, Cabo Raso nace como nacieron los cuentos. Una heroína, un héroe, una proeza, un par de dragones y conjuros mágicos. 

Y éranse ellos Eliane y Eduardo. Y érase la proeza rescatar un pueblo fantasma. Y éranse los dragones y conjuros sus hijxs, sus puertas y sus manos.

Y éranse al fin y al Cabo. 

La huella de una puerta

Como cuadran las ollas en las salamandras, como calzan las comas en los poemas; así cuajaron en el caserío rescatado las puertas y los marcos de ventana que Eliane Fernández y Eduardo González recolectaron durante años sin saber bien por qué; el día que ambos decidieron dejarlo todo y dedicar el resto de sus vidas a quitar lo fantasma de lo pueblo de aquel pueblo fantasma. Ese día nació Cabo Raso, el único pueblo refugio de la Argentina. “De pronto, aberturas, y cosas que fui juntando toda mi vida, y que decía ¿para qué quiero esto? descubro que me sirvieron para el Cabo. Por ejemplo tener una puerta guardada y que entre justo en el hueco donde antes había una puerta”, recuerda Eliane.

Dedicar el resto de sus vidas a quitar lo fantasma de lo pueblo de aquel pueblo fantasma
Reconstruir

para habitar

Un pueblo habitado a mano

Como los viejos recolectores de oro, como los árboles cargados de frutos,  así estaban Eduardo y Eliane curvando su espalda recolectando de a uno los vidrios que descansaban entre los coirones y el canto rodado después del abandono colectivo del ´85 de lo que fuera un pueblo de pescadores.

El matrimonio y dos de sus hijxs (Mateo y Juli) vivían como la oruga en su crisálida, enrachados en la memoria cascaruda de rocas de lo que alguna vez había sido una casa, reconstruyendo de adentro hacia afuera; transformando ruinas en ambientes, ambientes en casa , casa en mariposa. 

“Cuando llegamos había una sola casita con una sola habitación de 3x4 y vivimos ahí los 4 en esa habitación varios meses hasta que arreglamos el resto de la casita. Poniendo colchones a la noche, sacando colchones de día, buscando agua porque el molino no estaba disponible. Me acuerdo que 20 litros nos duraban como 3 días . Lavábamos con lo mínimo y así aprendimos a estar. Y los chicos ahí, trabajando, estudiando, todo juntos. Fue hermosísimo.“

"Poniendo colchones a la noche, sacando colchones de día"

Vivían como la oruga en su crisálida

Lo mismo hicieron con cada una de las 3 casas, el refugio, el rancho, la hostería y el Ñandú, un viejo colectivo abandonado al que transformaron en pabellón de dormis; que hoy ofrecen como hospedaje para turistas y exploradores. “Cada casita la sentimos como nuestro hogar, porque en cada una que íbamos haciendo, íbamos viviendo ahí. Mientras la reconstruíamos también la vivíamos. Estábamos un año en una, un año en otra y así íbamos viviendo y restaurando, mudándonos de casa en casa. Las teníamos que reconstruir entera, techos piso, ventanas. Todo. No había nada. Así aprendí a armar piedra con barro, y así nos quedaron las manos, los codos, los brazos, las rodillas, pero fue una experiencia hermosa.”

El Ñándú, el colectivo transformado en dormi.


Y son de aquellos tiempos de precariedad y abundancia de dónde provienen sus recuerdos mejores recordados “El comienzo, los dos primeros años, fueron los mejores de mi vida. No teníamos nada. La postal que me guardo, mis hijos más chicos Mateo y Juli... Juli de 8 haciendo torta frita en el fogón cuando vivíamos en una habitación que se llovía toda y que el piso estaba podrido; y Mateo con su bici voladora: ataba a su bici un pedazo de carpa , lo poníamos en una pendiente, entonces hacía bici vela y arrancaba a fondo.”


Eterno resplandor

 

Eliane se asoma por la ventana y ve la figura de una nena columpiándose sola en la hamaca que mira al mar ( hamaca que nace de otras hamacas, una "ruinita" - como la llama-  regalo de Mateo a su papá Eduardo). Es de noche y los destellos de las noctilucas ponen al mar, a su espuma y a la niña incandescentes. “Solita.. allá estaba… miro y se ve una siluetita chiquita hamacándose. Las noctilucas y su fosforescencia en el mar,  cuando rompe la ola , las espuma es luz”. 

La hamaca que fue otras hamacas.

Y éranse la hamaca y la niña, y éranse las noctilucas y la luz de la espuma, y éranse Eliane y Eduardo, y éranse los días en los que son los dos únicos habitantes de esa tierra, (que es igual a ser los últimos habitantes de la Tierra y les encanta) y érase una paz existencial y un embrujo  bañándolo todo;y érase de esa magia y de esa paz de la que está hecha la luz de las noctilucas y las pausas de los cuentos que llaman mágicos.  

Y así, Cabo Raso nace como nacieron los cuentos. Una heroína, un héroe, una proeza y un par de dragones y conjuros mágicos. 

POR Mime Mascaró.(@pataforas)

(Si queres sumarte a su voluntariado o consultar por sus opciones de hospedaje y refugio: caboraso.com)







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