Juliana y la niña Juliana

Juliana García Bello nunca sabrá si eso que pasó, pasó. Lo cierto es que la madrugada después de ser anunciada como la ganadora del The Redress Design Award 2020 de Japón, el concurso de moda sustentable más importante del mundo; Juliana vio a la niña.

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Una petaquita castaña, de labios paspados y nariz de botón, había llegado hasta su casa en Arnhem por un sendero hecho por ovejas o castores, no lo sabe bien. Un sendero por el que se puede ir pero no volver, porque de un lado es difuso y se une a otros senderos. Un sendero que nacía en su infancia riograndense del Fin del Mundo.

Atrás se ven los herbarios de mamá, hechos con frascos de aceitunas. Me sentaba en el piso a observar el vapor que genera la tierra, las platas y vidrio en encierro.

La niña lleva en su oreja una hermosa flor zapatito de virgen amarilla (o aclceolaria o capachito, o zapatitos de Venus o topa-topa. Como se la quiera llamar). Una en la oreja y dos más en las manos. “Son para vos”, le dijo (la niña a Juliana) y se sentaron juntas en la punta de la cama a mirar el recuerdo de los pastos de la orilla del humedal donde vio esas flores por última vez. Recordaron oír los árboles, los pájaros y otros ruidos combinados que nunca quisieron distinguir separados porque formaban parte de ese espacio. Juliana recuerda y agradece al recuerdo del olfato ,al sentido de la luz y a la niña.

El jardín de los presentes 


La niña lleva puesto un jardinero (nacido de una camisa de la abuela Dora y una campera de jean del abuelo Papo) de bolsillos prominentes y disonantes (“La abuela le agrega bolsillos plaqué a todo. Porque pone las llaves y un pañuelo”; recuerda Juliana) y una remera a puntitos construida por su mamá (que es ,además de recicladora;  maestra mayor de obras y madre de Juliana también). 

La abuela Dora, el abuelo Papo y los bolsillos. Tierra del Fuego, 1993.
Esta es mi foto favorita de mamá, creo no estar nacida cuando se la tomaron.
El sweater de lana, una camisa de flores, sus argollas de plata y sus trenzas.
Me veo en ella en esta foto, le cuenta Juliana a la niña.

La niña saca su pañuelo y Juliana recuerda los que le enviaba Dora por encomienda. Muchos pañuelos de tela por encomienda desde La Plata a Río Grande. “La tela absorbe el olor y lo conserva. Y la casa se llenaba de aroma a Dora.” explica dulcemente Juliana, unos minutos antes que la madrugada amanezca.

Esa era una forma de estar mas cerca de ella.

La oscuridad del cuarto se agrieta con los primeros rayos del sol. 

La niña sabe que es hora de volver.

La niña la toma de la mano y dulcemente susurra, no tengas miedo.

Juliana, que sabe de reciclos, le regala un... Cuando vuelvas al Fin del Mundo no olvides abrir algún tronco tirado viejo.

Una polilla en su capullo, una larva haciendo caminos. Abrir un tronco de árbol de lenga tirado, viejo, en descomposición, te hará entender que la vida depende de otros.

Por Mime Mascaró (@pataforas)


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